Escribí este texto para La Opinión de Málaga, pero no sé si lo publicaron porque  estuve fuera varias semanas.

Nos dicen que los Baños del Carmen se reforman y suena tan cierto como si nos dijeran que iban a restaurar el Guernica borrándolo entero y pintando sobre el lienzo otra vez. Claro que por razones obvias ya no lo haría Picasso sino un artista del siglo XXI. Y tal vez ese toro feo habría que quitarlo y desde luego hay ciertas expresiones que no casan con estos tiempos y, en fin, quizá quedaría mejor un cuadro costumbrista porque la guerra es horrible y el arte es para que lo disfrute toda la familia.

 

No es que los Baños del Carmen y el Guernica sean comparables, pero si atendemos a la endémica escasez de lugares parecidos en Málaga, se antojan los Baños del Carmen como un espécimen único, el cisne que no era patito feo. Y como en ese cuento, hay quien se cierne sobre los Baños con la intención de rendirlo. Adaptarlo. Transformarlo. No pueden soportar que ese lugar se aleje tanto de sus estándares. No les cabe en la cabeza que puedan haber tantos árboles juntos y que nadie se haya decidido aún a talarlos.

 

Hablo, por supuesto, del alcalde de Málaga, Francisco de la Torre y de la cesante Marisa Bustinduy. A ellos se deberá que los Baños del Carmen desaparezcan. Ellos lucharon y trabajaron en pos de convertir ese lugar que amamos tantos malagueños en un jardincito cementado lleno de pistas de padel, un edificio a pie de playa para uso deportivo y un par de playas de gravilla, al parecer, último grito para hacer desaparecer lo más o menos natural y someterlo a la obra del ser humano, ese Atila de las costas españolas.

 

El proyecto del arquitecto Ángel Pérez Mora desfigurará para siempre los Baños del Carmen. Y no parará ahí. Porque en los mentideros neoliberales autóctonos suena con entusiasmo la idea de un puerto deportivo en el Morlaco. ¡Qué mejor que tener aparcado el barco en el barrio!

 

La Asociación de Vecinos de Pedregalejo, de la mano de Adolfo García, sigue en sus trece de que “algo hay que hacer”. Aunque están en contra del edificio a pie de playa, su presión sobre los políticos para “empezar ya” demuestra irresponsabilidad o ignorancia.

 

El Astillero Nereo, que desaparecería con el actual proyecto, se mantiene firme y resulta un escollo interesante para la administración. Ojalá que su victoria de permanencia se extienda más allá de sus muros.

 

El antiguo Jefe de Demarcación de Costas, Fernández Rañada, consigue trabajo en Marbella – por rebuscado que parezca, así es- y estamos a la espera de que se nombre un nuevo Jefe de Demarcación de Costas que será el encargado de llevar a cabo el proyecto. De su intención y de la del Ministerio de Medio Ambiente dependerá que los Baños del Carmen desaparezcan. Mientras, malagueños de a pie como la Asociación Cultural de Amigos del Balneario, la Plataforma en Defensa de los Baños del Carmen y la Asamblea por los Baños del Carmen luchamos del modo que podemos y sabemos para salvaguardar nuestro patrimonio.

 

Desde estas páginas invito a todos los que como la poeta Chantall Maillard lloraríamos si los Baños desaparecieran  a dar un paso adelante y gritarles a nuestros políticos un rotundo no que sus ansias de ladrillo y su desprecio por la naturaleza tambaleasen.

 

La poeta y profesora Chantall Maillard publicó en el diario La Opinión un artículo llamado «Yo soy de los que llorarían».  Personalmente, si yo fuera un político implicado en la destrucción de los Baños y leyera el artículo de Chantall, haría desaparecer todos los espejos de mi casa.

 

Me gustaría poder felicitarnos. Me gustaría poder pensar que en Málaga
somos de verdad «ciudadanos», es decir, personas que no sólo se
sienten pertenecer a una ciudad, sino que también entienden que esa
ciudad les pertenece al modo en que nos pertenecen los seres y las
cosas que amamos, sintiéndonos responsables de ellos. Pero algo nos ha
quedado, sin duda, en el Sur, del viejo servilismo, del espíritu
sumiso y resignado de quienes entendían que ellos nada tenían que ver
con quienes les sometían y gobernaban. El cacique, ahora, es el
político, o así queremos que sea porque es más cómodo. Delegamos
nuestra responsabilidad con el voto o el silencio. El mundo lo hacen
otros, y a la pregunta por aquello que queremos habitar no
respondemos, no somos responsables. Culpamos al «Sistema», eso sí, una
de esas grandes palabras bajo las que escondemos la desidia.Pero resulta que el político, el polités: el ciudadano somos nosotros,
y quienes nos gobiernan lo harían con más cuidado, con más tiento y
esmero si se lo recordásemos alguna vez. Y ahora es buen momento,
porque el proyecto de «reforma» de los Baños del Carmen está a nuestra
disposición, en su período informativo, en la Demarcación de Costas
(Pº de la Farola, 12). Es este el período en el que podemos hacer
alegaciones, o sea, que podemos manifestarnos, que podemos aportar
nuestras sugerencias, y también el período en el que podemos hacer
alegaciones aportando sugerencias.
[…]
Y también soy de aquellos que al mirar la extensión de rocas pequeñas
entre las que el mar juega y que es el refugio de cangrejos y otros
animales secretos recuerdan cómo eran, hace mucho tiempo, las playas
de nuestras costas, cuando aún las grandes estrellas de mar venían a
morir en sus orillas. No quiero creer que queramos y consintamos que
el único trocito de playa genuino que nos queda se convierta en otra
piscina más, de esas a las que generosamente llamamos «calitas».
La solución proyectada pretende «recuperar un espacio que forma parte
de la memoria colectiva». ¿Qué se entiende por «recuperar»?
«Rescatar», «redimir», «reconquistar», «salvar», «liberar» son los
sinónimos prescritos por el diccionario. No eran otros los empleados
por colonizadores y conquistadores para legitimar sus salvajismos. ¿En
nombre de qué han de redimirse los Baños del Carmen? ¿De qué -¡o de
quiénes!- se supone hay que salvarlos? El «espacio público» que nos
presentan es un parque con palmeras (¡más palmeras!), con kioscos y
accesos pavimentados para el acceso de vehículos de abastecimiento,
abierto de par en par, a la vista, esa visibilidad que fue uno de los
grandes principios de los arquitectos que diseñaron las ciudades
fascistas: todo abierto, sin trabas, sin obstáculos, para que el
enemigo (el enemigo siempre somos nosotros) no pudiese ocultarse.
Ordenar, higienizar: suprimir (¿cuántos eucaliptos serán
«desarraigados» para hacerle sitio al jardín mediterráneo?) para
controlar era la norma, a la que se suma ahora, acorde con la economía
de mercado, la de diseñar conforme a los fines prácticos. El valor de
lo recóndito, de lo natural, que tan bien se conocía antiguamente en
Japón, el valor de lo que no es económicamente rentable pero que nos
acoge no es apreciable en nuestra sociedad. Tampoco lo que envejece.
Todo lo viejo ha de reemplazarse, aunque siga cumpliendo su función.
Tal es el miedo que le tenemos a los síntomas de la desaparición,
cualquiera que éstos sean. Los ancianos, confinados; todo lo viejo, lo
agrietado, lo que naturalmente se inclina o pierde su tranquilizadora
simetría, renovado.
[…]
Y cuando todos los lugares se parezcan, cuando todo nuestro entorno
sea el resultado de la clonación de una postal exótica, ¿qué tendrá
Málaga de especial? ¿Qué cantarán sus poetas?

Pero han de perdonarme: estoy hablando por todos, dando por hecho que
a todos los malagueños les importa que los Baños del Carmen sigan
conservando su espíritu. Es cierto, puede que muchos prefieran tener
un chiringuito más, y si tiene columnas, por Dios que no estén rotas,
y que esté todo limpio, solado y sin tierra, para que el niño no se
ensucie. Ah, y que no se olviden del letrero que nos oriente o nos
advierta que ésta es una «Playa natural»? Pero sabéis al igual que yo
que no sólo las personas hacen los lugares, que también los lugares
hacen a las personas, y que si ofrecemos lugares especiales, lugares
de verdad, no parques temáticos, ni espacios de diseño refractarios
donde nunca habitará el espíritu del mundo, ofreceremos también la
posibilidad de que entre todos seamos personas de verdad y no un
público anónimo afecto a escenarios de postal veraniega y al consumo
de todo cuanto, porque deja insatisfecho, responde a la estrategia del
Mercado.

La Opinión de Málaga, 03/03/08