“Baños del Carmen”

 

Hay un trozo de mundo

huido de la desgracia

que supone la muerte.

 

Una tierra que parió

árboles y sombras,

y poemas naciendo

entre las ramas

y retazos de vidas esparcidos

por una orilla que no se cansa

de contemplar atardeceres.

 

Hay un lugar en el sur

que todavía existe,

ajeno a las garras que se le ciernen,

calla como si no estuviera condenado,

respira de eucaliptos y mareas,

se alimenta de las personas que lo habitan.

 

Ese oasis de tiempo detenido

en el preciso instante de la belleza

está de cemento y prosa amenazado.

 

Quieren inocular un cáncer

en las venas de nuestra memoria.

 

Quieren desfigurarnos los recuerdos

para así más fácil inventarnos el futuro.

 

Pretenden llenarnos el corazón de ladrillos

y que enmudezcan de desamparo nuestras voces.

 

Sólo nos queda gritar vida

a la cara de aquellos

que decidieron robarnos un trozo.

 

Nos queda reunirnos

junto al mar y los eucaliptos

y apurando los exánimes latidos

de nuestro lugar en el mundo

aprender el modo de salvarlo,

la manera de hacerlo huir, otra vez,

de la desgracia que supone

la muerte.

Si lo dejaran casi como está (Álvaro García)


 

La mañana 

En Málaga hay un espacio, un solo y breve espacio final, entre el rompeolas y los eucaliptos, que es como la última voluntad de la ciudad que fue, la que aún estaba dispuesta a vivir para sí misma de vez en cuando, sin necesidad de hacer caja con los turistas. En los Baños del Carmen están todavía las columnas del merendero, las casetas de cambiarse, las pistas de tenis, la playa con rocas y sin arena postiza, con la arena justa para ser una playa. Los árboles huelen bien, hay o ha habido un camping urbano y aún puede uno sentarse a mirar y oír las olas. De vez en cuando arrecian los anuncios o leyendas sobre la destrucción de este espacio, su conversión en zona comercial, deportiva, parque con columpios, auditorio, lo que haga falta en plan globo sonda para ver cómo reacciona la ciudad ante la pérdida de su último recuerdo de cómo pudo ser la vida en la villa marinera. Lo ideal sería que ese balneario antañón lo convirtiesen sencillamente en balneario, lo dejasen casi como está, corregido lo justo para que pueda hablar de lo que fue y podría seguir siendo. Los Ayuntamientos de las ciudades turísticas o que quieren serlo se empeñan en abrir museos curiosos y destinados a hacer bulto cultural, sin darse cuenta de que la cultura de un sitio muchas veces consiste en dejar que el sitio exprese su realidad de siglos. Los Baños del Carmen podrían ser la constancia nada museística de la memoria que no se conforma con ser memorial o residuo en vitrina, sino que sigue oliendo a hojas y a salitre. En medio de toda una vida de amor a mi ciudad, me da por suponer que jardines y catedrales hay más o menos por el mundo. Pero que un lugar que reconcilie con la idea de diálogo entre ciudad y mar no lo hay con tanta facilidad natural como en el viejo balneario. Los malagueños sabemos que el dinero podrá más que todo. Pero la cultura de las ciudades que quieren ser europeas, consiste a veces en acordarse de lo que han sido y ver que en eso, tranquilamente, podría estar el sustrato de su manera de ser, su esencia, su cultura, su porvenir. 

La tarde 

Con la ciudad donde nací y a la que quiero como a mi fragmento de mundo ante los ojos, me ocurre exactamente lo que nos ocurre con nuestra madre. Podemos encontrarle defectos, e incluso decirlos. Pero que nadie nos los diga, porque la defenderemos hasta la última gota de razón y de sinrazón. Con la ciudad es lo mismo. Uno puede dedicarse profesionalmente a mirarla, con una especie de amorosa crítica activa. Pero que nadie nos la critique desde fuera, porque de pronto justificaríamos sus puntos débiles, sus contradicciones, como los de una madre. Quizá es que cuando criticamos desde dentro sabemos que lo hacemos con un resto unamuniano de pesadumbre. Las críticas de fuera tienen casi siempre un toque de resabio colonial, de prepotencia capitalina. 

La noche 

El vigilante de los Baños, al caer la tarde, quita y enrolla con resignación las redes de las pistas de tenis. Alguna noche las robaron para venderlas, para pescar, para jugar al voley playa. Eso también es mi ciudad.

 

 

septiembre 12, 2008